Maldito Fedric, maldito, maldito, ¡maldito sea! ¡Ojala le hubiese mandado el mocomurcielago!
Tenía la mano ensangrentada, de su sangre de serpiente, si no me quitaba eso pronto seguro que me envenenaría.
Cuando llegué al lavabo no pude evitarlo, los pensamientos empezaron a cambiar de vía, de maldiciones contra Fedric a amargos pensamientos del pasado.
¿¡Cómo se había atrevido a hablar de mis padres!? Las lágrimas de rabia y frustración querían salir y para evitarlo solo tenía que gritar... Y lo hice. Grité, grité hasta que la voz se me quebró, grité hasta que me di cuenta de que había alguien que me acompañaba.