Intentó pensar algo con lo que se le pasase el susto.
- Realmente, si hubiese sido yo no le hubiese podido hacer más que esto - dijo sacando la varita de nuevo, pero más despacio para no asustarla, y murmurando un hechizo.
Le sonreí y caminé hasta un mueble para dejar las flores en un jarrón.
- Deben estar aburriéndose sin ti -rodé los ojos, divertida-. Esto... -no sabía cómo preguntarle- ¿A qué hora sales? -entrelacé mis manos, de pronto algo nerviosa.
- Esa era la idea -me reí levemente-. Aunque también me podrías llevar a algún lugar alejado y matarme -me encogí de hombros-. Quizá mejor vaya a seguridad y que me pongan un guardia desde ya... no creo que sea seguro andar por ahí con alguien como tu...
- No lo dudo... pero estamos hablando de mi seguridad ¿no? Y ahora mi principal enemigo eres tú -sonreí caminando hacia el escritorio y apoyándome en él.
Se quedó pensativo un momento, mirándola con detenimiento.
- Puede que sí deban ponerte el guardaespaldas ya... - carraspeó al darse cuenta de que podría encontrar un doble sentido. Esperó que Erzsebeth se lo tomase por el sentido más limpio posible.
- Solo que tendría un pequeño problema -sonreí levemente-. ¿Qué pasaría si fueras tu mi guardaespaldas? ¿Cómo me protegerías de ti mismo? -me reí suavemente.
- ¿Tienes una hermana? Pobre, la compadezco.. ¡aguantarte!
- Por desgracia para ella no es bruja. Aunque siempre me está pidiendo que le cuente todo lo que pueda sobre nuestro mundo... Lee el Profeta, por lo que ella a ti si te conoce.