Asile entró en la taberna con una gabardina negra, larga, y con capucha. Su pelo estaba recogidoen un moño de manera que el extravagante color no se atisbaba.
Se acercó a la barra y se sentó.
- Ey, tú -llamó al camarero con una extraña voz ronca-. Un Vodka, el de mayor graduación que tengas.
- ¿Con qué, señorita?
- Con nada -y alzó la mirada hasta la del hombre. Sus ojos refulgieron con el toque amarillo que tanto los caractrizaba.
Cogió el vaso que le tendió el camarero.
- ¿No tienes nada más grande? -lo bebió de un trago y se rascó el muslo a través del pantalón. Le picaba la cicatriz cuando estaba próximo el día.
Él trajo un vaso grande de cubata y se lo puso delante. Ella, satisfecha, siguió bebiendo.
Le gustaba beber líquidos alcohólicos transparentes... sobre todo porque así parecía que las gotas que caían eran del líquido que resbalaba de su boca.