Subí hasta la lechucería, Hermes no se encontraba allí. Debí haberlo supuesto. El fénix no se llevaba bien con las lechuzas. Me asome a la ventana y lo ví sobre el bosque, volando en círculos. Diez minutos después emprendió su viaje de regreso a la lechucería. Cuando me vio esperándolo entonó una alegre melodía pero calló justo cuando le enseñe las pastas. Sabía que esas pastas le encantaban, no en vano las había traido.
- Si hubieses bajado en la cena, como te dije, habrías comido ayer - le regañé. Hermes fijo sus ojos dorados en los mios y giró un poco la cabeza.
No podía hacer nada contra su mirada y él lo sabía. Le di la primera pasta. De inmediato por mi mente cruzó un recuerdo. El día que mi padre había traido a Hermes y me dijo que le diese una de esas mismas pastas.
- Creo que ya tengo el pelo demasiado largo ¿no? - pregunté a Hermes con los ojos acuosos, el pelo me rozaba los hombros -. Va siendo hora de que me lo vuelva a cortar - Hermes me acarició la cara con la cabeza y entonó una breve melodía triste. Le dí una segunda pasta, suspirando y de forma casi imperceptible dije -, todavia no estoy preparada, mamá... - Ese comentario no debió oirlo ni Hermes, o si lo escuchó hizo como si nada hubiese pasado.